lunes, 8 de febrero de 2010

RC

En estos dos días he tenido tiempo para pensar sobre la última entrada que publiqué.

No duró mucho, creo que a los 20 minutos de subirla, ya la había borrado,
pues no estaba muy de acuerdo con lo que me había atrevido a escribir.

Está claro que no es inteligente que me exprese en caliente, porque lo que se me pasa por la cabeza en ese momento solo es consecuencia de una discusión o de algún cabreo pasajero.

Cuando me doy un tiempo para relajarme, estar solo y pensar detenidamente en lo que ha ocurrido, llego a conclusiones demasiado diferentes a las anteriores.

"Una montaña rusa, en la que unas veces estás arriba, disfrutando al máximo y en el instante siguiente, todo parece que se desmorona..."
Estas palabras, o unas parecidas, resumían la entrada de la que hablaba antes.

Quizá algo de razón sí que tuviera.

A lo mejor nuestra relación se puede comparar con algo de este tipo.

Para mí siempre lo mejor era la primera subida,
lenta,
con los huevos de corbata,
en la que no sabías que iba a pasar cuando cayeras...

Y ahí estaba la gracia.

Caer.

Que todo se desmoronase, y gritar.

Gritar como un hijo de puta, como un descosido o como un niño pequeño cuando no te importaba quién podía oirte.

Porque del impulso volvías a subir y a vivirlo todo de nuevo.

Alegría, miedo, euforia, impaciencia, (...) felicidad, tristeza, celos, melancolía, risa, estupidez, seguridad,...

No vamos a engañarnos, montar en una montaña rusa es la poya.

Y el peor momento es cuando se acaba tu viaje.

Así que como ya he acabado y como veo que no hay cola,
yo no me bajo,
que me parece a mí que voy a seguir dando vueltas por mucho,
mucho tiempo.

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